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"Es la primera vez que veo algo tan grande", decía a Xataka una vecina ante el incendio del monte Naranco, a las puertas de Oviedo. No se equivoca. Aunque 2022 fue el año con más hectáreas quemadas de lo que llevamos de siglo, la virulencia con la que se está quemando España en 2023 es increíble. Y estamos en marzo.
En cuestión de pocos días, se ha generado un incendio de sexta generación en Castellón, Asturias ha acumulado más de 100 incendios activos y el comunidades como Galicia, Cantabria o Castilla León se preparan para un fin de semana negro (si las lluvias no llegan pronto).
Así, la pregunta es inevitable: ¿Por qué arde el monte? ¿Quién está quemando España?
El mito de los pirómanos. En 2007, la Fiscalía de Medio Ambiente puso en marcha una investigación para estudiar el perfil psicosocial de los incendiarios forestales en el país. Aunque sabemos que más del 80% de los incendios tienen una causa humana, solo se logra identificar al causante en un 17% de ellos. Eso limita el alcance de la investigación, no hay duda; pero, aun así, nos permite sacar algunas conclusiones.
Gracias al trabajo de la Sección de Análisis del Comportamiento Delictivo de la Guardia Civil y a la Universidad Autónoma de Madrid, sabemos que solo el 4% de los incendios esclarecidos se debieron a trastornos mentales. En este sentido, es sorprendente que el imaginario público se centre en los pirómanos (personas que sufrirían un trastorno del control de impulsos relacionado con la provocación de incendios y la atracción por el fuego) cuando estos solo serían una pequeña parte de ese 4%.
Sospechosos habituales. En la misma línea que con la piromanía, hay causas que suelen discutirse mucho a nivel público, pero tienen un impacto mucho menor del que podría parecer. Hablamos de incendios provocados por fumadores y hogueras o barbacoas (3,29%), rayos (4,92%), delincuentes para distraer a la policía (0,25%) o ritos pseudoreligiosos y sectarios (0,04%). Las tramas económicas y urbanísticas también salen a relucir a menudo, pero las causas relacionadas con la modificación del suelo (0,37%) también tienen un impacto limitado.
Entonces, ¿quién quema el bosque? Según los datos de la Guardia Civil, el 62% de los incendios se debieron a imprudencias graves. Del resto: el 10% se debió a la obtención de un beneficio, el 5% a venganzas o conflictos sociales y el 4% vinculado a trastornos mentales que ya hemos comentado. Hay, además, un 19% de los casos en los que no se pudo determinar la motivación del fuego.
Como señalaba la Fiscalía, "llama la atención que en la mayoría de imprudencias y de incendios cometidos por obtención de beneficio estuvieron implicadas prácticas tradicionales inadecuadas (quemas agrícolas y ganaderas)". De hecho, si nos vamos a los informes sobre incendios forestales que elabora el Ministerio de Transición Ecológica, podemos comprobar que los datos son incluso más claros.
Un elefante en medio de la habitación. Según el último informe, el 28,07% de los incendios de la última década se han debido a negligencias y accidentes, mientras que 52,70% fueron intencionados. Muchos más de la mitad de las negligencias están vinculadas directamente a la actividad agrícola, ganadera o forestal. Y dentro de los intencionados, nos encontramos que el 37,85% se debe a la quema agrícola ilegal y abandonada o el 29,99% quema para la regeneración de pastos.
Es decir, los datos oficiales parecen claros. Hablamos mucho de pirómanos, delincuentes y tramas urbanísticas, pero todo parece indicar que el problema está en otro sitio: en las prácticas agrícolas, ganaderas y forestales (sobre todo, las tradicionales). Y esto es un enorme problema porque negar esta realidad nos dificulta encontrar soluciones.
Mucho más que un problema ambiental. No hay duda de que el cambio climático, la desertificación y las largas sequías están poniendo contra las cuerdas la masa forestal del país. Como señalaba Víctor Resco de Dios, profesor de Ingeniería Forestal en la Universitat de Lleida en RTVE, "la temporada de incendios se está alargando entre uno y dos días por año". Pero no nos equivoquemos, no es solo un problema ecológico o ambiental.
Es un problema político: una cara más de la 'España Vaciada'; de cómo todas esas comarcas despobladas y carentes de un modelo productivo o de futuro pueden hacer frente a unos cambios ecológicos, económicos y sociales que vuelven obsoletas (y peligrosas) prácticas que llevan arraigadas décadas. No es una tarea fácil, pero nos va media España en ello.
Imagen | Erok Can/Demiroren Visual Media/ABACA
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