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– No me jodas, Alberto. Es Aracre y son ustedes los que están tirando lo del desdoblamiento cambiario…
– No, Sergio, no es así.
– No me jodan, yo no soy Guzmán. Si me siguen jodiendo voy a armar quilombo y voy a salir a hacerlos mierda.
Sergio Massa estaba cansado y fastidioso en la tarde del último domingo. Acababa de volver de Panamá y los chats de su gente en el ministerio de Economía lo iban poniendo al tanto del crecimiento exponencial de la crisis. Se sentó en el sillón del living de su casa en Rincón de Milberg y marcó el número del Presidente. El diálogo duró unos diez minutos y lo que escuchó no le gustó. Alberto Fernández había desayunado con Martín Guzmán y un par de ministros multiplicaban una frase en los teléfonos de algunos periodistas. La música del off the récord.
– Alberto está preocupado; Sergio no la está pegando con la inflación. Guzmán estuvo con él en la Quinta de Olivos y le hizo un análisis muy crudo de cómo está la situación.
La furia de Massa se concentró entonces en tres personas. En el ex ministro Martín Guzmán, que volvió a sobrevolar los pasillos del poder. En Antonio Aracre, el ex CEO de Syngenta que llegó hace un par de meses para asumir como asesor presidencial y que comentó con algunos amigos empresarios la posibilidad de un desdoblamiento cambiario que, finalmente, no sucedió.
Pero el enojo mayor es con el Presidente. Massa cree que, además de la inflación que no termina de controlar y de la escasez de dólares que lo obligó a la polémica pesificación de los bonos dolarizados del Fondo de Garantía Sustentable del Anses, la insistencia de Alberto Fernández con el unicornio azul de su reelección actúa como una bomba sobre una economía que no para de tambalearse. “Despiertenló a Alberto muchachos; ahora tenemos que sacar la economía adelante”, les ha dicho Massa a los funcionarios albertistas con los que conserva algún vínculo.
El siguiente paso de Massa, después de tirotearse por teléfono con Alberto Fernández, fue planificar un golpe de efecto y afianzar su relación con Cristina Kirchner. Así fue como surgió la intervención por 180 días a Edesur, la concesionaria de energía eléctrica que controlan los accionistas italianos de Enel, la misma cuya frágil infraestructura no resistió los altísimos calores de la semana pasada y dejó sin luz a miles de argentinos residentes en las zonas sur de la Capital Federal y el conurbano bonaerense.
Ya lo tenía decidido desde hacía tiempo. Massa puso al frente de la intervención al intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi. Técnico mecánico e ingeniero en Construcciones de la Universidad Tecnológica Nacional, los títulos de Ferraresi le servían para alimentar el relato de la elección de un profesional que sabía al menos algo de energía eléctrica. Pero, por sobre todas las cosas, el valor estratégico del interventor de Edesur es que es uno de los aliados más confiables de Cristina. Bingo.
Antes de que su nombramiento se hiciera público, Ferraresi ya le había obsequiado a Massa una frase que pinta el momento inédito y peligroso del peronismo. “Sergio asumió un día antes de que nos vayamos en helicóptero”, explicó el intendente de Avellaneda en una radio, haciendo gala de un formidable poder de síntesis con las imágenes de la tragedia histórica que acompañó el final de Fernando de la Rúa y su gobierno. Alberto Fernández, Martín Guzmán y Silvina Batakis, agradecidos.
De todos modos, el show de la intervención de Edesur no le alcanzó a Massa para tranquilizar las cosas. La inflación de febrero, que alcanzó el 6,6%, y la de marzo, que marcha a toda velocidad para superar el 7%, instalaron en buena parte de la sociedad argentina y en el karma financiero conocido como “los mercados”, la sensación de que la economía empezaba a transitar ese escenario psicológico tan conocido por los argentinos: el que conduce cada cinco años hacia el infierno.
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Massa se dispuso entonces a jugar el juego que más le gusta. El de caminar políticamente por la cornisa de la realidad. Llamó a varios banqueros amigos y les pidió que lo respaldaran en la convocatoria que había hecho para el miércoles temprano. Anunciaría el cambio de los bonos en dólares del Anses por bonos en pesos y les pediría a los bancos, a las compañías de seguro y a los fondos de inversión que acompañaran la iniciativa para cambiar el clima enrarecido que ahogaba a los mercados.
Fueron varios los que salieron en su ayuda. Los que iniciaron la movida fueron el presidente del Banco Macro y de River Plate, Jorge Brito; y el titular de la Bolsa de Comercio, Adelmo Gabbi, que le tiró a Massa el salvavidas más eficiente del miércoles.
“Va a ser positivo; va a haber más oferta que demanda”, dijo para alegría de Massa el experimentado Gabbi apenas atravesó la puerta del despacho del ministro en el quinto piso de Economía. Piso que se volvió célebre desde que el economista Juan Carlos Torre lo inmortalizó en su celebrado ensayo sobre la economía de Raúl Alfonsín. Claro que, en tiempos de tan alta inflación, Luca Prodan diría que mejor no hablar de ciertas cosas.
Aunque los bonos argentinos en dólares cayeron un promedio del 5% en las primeras horas posteriores al anuncio de Massa, los números después fueron tranquilizando al equipo económico. El dólar Bolsa bajó a $ 386, el Contado con Liquidación a 395 y el blue cedió también un poco para cerrar en $ 391. Al anuncio de la mañana, Massa le agregó una nueva licitación de deuda en pesos: logró renovar $ 416.500 millones pero debió ofrecer una tasa astronómica del 123% para que la oferta fuera aceptada. “Que la codicia le gane al miedo”, decía Mario Blejer cuando ofrecía el 140% de interés en los días frenéticos del 2002.
No todo fue gratis para Massa tras el apoyo de los banqueros. Elisa Carrió salió con su vehemencia de los años electorales. “La mayor traición de Massa es entregar fondos en dólares del fondo de los jubilados, el mejor negocio para los bancos y todo por dos o tres días de calma”, le disparó en su primer mensaje de Twitter. El segundo fue más calmo, pero más amenazante. “Es necesario que todos pongamos acciones de amparo para que se devele la naturaleza intrincada del Ministerio de Economía”.
Claro que para Massa quizás fueron más dolorosos los diez mensajes en Twitter que hizo públicos el economista Diego Bossio, quien condujo la Anses en tiempos de Cristina Kirchner, para luego distanciarse, y que acompañó al ministro de Economía cuando lideraba el Frente Renovador alejado del kirchnerismo. “Dicen que es para estabilizar la economía, pero están jugando a la ruleta con los ahorros de los trabajadores y futuros jubilados argentinos”, escribió Bossio en uno de esos mensajes. Hoy transita el espacio peronista del gobernador Juan Schiaretti, junto a Juan Manuel Urtubey y Florencio Randazzo.
La pregunta lacerante que se hacen en el peronismo, los que están adentro y también los que están afuera del Gobierno, es si Massa logrará caminar sobre las aguas del Jordán. Porque el escenario económico ha entrado en un estado de incertidumbre tal que cualquier circunstancia imprevista lo puede hacer estallar. Un economista de los más importantes del país lo explica con simpleza: “Vos podes controlar la disparada de la inflación o la disparada del dólar; el problema es que ningún ministro de Economía sobrevive cuando se disparan los dos a la misma vez, y eso es lo que está pasando en este momento”.
Para la inflación, Massa se ha puesto un nuevo horizonte. A principios de año planteaba en sus charlas con políticos, empresarios o diplomáticos que la suba de precios de abril tendría que empezar con 3. Es decir, no ser muy superior al 3%. La realidad es que la altísima inflación de febrero y marzo ha llevado aquel horizonte mítico al número 5. Si la inflación de abril no es menor el 6% y no señala un punto de inflexión a la baja, las cosas se harán muy difíciles para el ministro de Economía.
Algo parecido sucede con el dólar. La primera reacción de los dólares financieros (el MEP y el CCL) ha sido a la baja. Pero si esa tendencia se revierte y vuelven a subir fuerte, las acciones del ministro se desplomarán en la misma medida y con la misma rapidez. “Si a Sergio los dólares financieros se le van a $ 500, más que irse del Ministerio se podría terminar yendo de la política”, asegura preocupado uno de los dirigentes que más lo aprecia.
Pero como todo dirigente político, Massa ve un oasis donde el resto de los mortales ve una trampa de arena. Y está convencido no solo de que podrá capear el temporal de la inflación y el del dólar indomable, sino que podrá darle supervivencia a su proyecto presidencial si llega con vida política a las PASO del 13 de agosto y a las elecciones presidenciales del 22 de octubre.
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En los últimos días ha retomado sus charlas con los intendentes peronistas del Gran Buenos Aires, con los sindicalistas (a pesar de que la mayoría rechaza las paritarias con solo 60% de aumento) y mantiene sin mella un vínculo privilegiado con Cristina Kirchner. El periodista Roberto Navarro, de buen diálogo con el kirchnerismo, aseguró en la tarde del miércoles en su radio que Cristina le habría dicho a Massa “si todo esto te sale bien, el mes que viene renuncias y te lanzas como candidato”. La Argentina es una ficción literaria que rompió todos los moldes.
Massa mantiene el diálogo permanente con sus amigos empresarios, con dirigentes de la oposición, con embajadores clave y también con muchos periodistas. Son vínculos establecidos a lo largo de los años y que, en momentos aciagos como este, le ayudan a mantenerse a flote. Sin embargo, en estos días, se ha deteriorado enormemente la relación que tenía con el Presidente. Su sospecha es que Alberto Fernández aprovecha cualquier mínima oportunidad para hacerle daño.
El miércoles, después de sus anuncios en el ministerio de Economía, Massa se cruzó con el Presidente durante la reinauguración del tren que va de Retiro a Palmira, en la provincia de Mendoza. Era una actividad programada, así que ninguno se sorprendió. Se dieron un tibio abrazo burocrático y comentaron las noticias del día. El impacto de las medidas económicas y la baja del índice de desempleo, que el Indec ubicó en el 6,3% para el cuarto trimestre de 2022. “Por fin una buena”, coincidieron, entre tantas adversidades estadísticas.
Si hubieran comentado el Latin American Consensus Forecast, que llegó a todos los organismos financieros internacionales, sabrían que el promedio de crecimiento para la Argentina en 2023 es de 1,8% negativo. Es decir, por la sequía, por la inflación y por la mala praxis, el país no va a crecer este año. Hay bancos y consultoras que ya proyectan una caída de entre el 3 y el 4,5%.
Massa y Alberto Fernández anduvieron unos cientos de metros en el tren. No mucho más porque la formación que partió el lunes desde la estación Retiro había tardado veintiocho horas en llegar a Mendoza. Esos 1.000 kilómetros que el AVE, el tren rápido que va desde Madrid a París, liquida en poco más de diez horas. Y lo hace cuatro veces al día contra el viaje semanal que ahora retomará el renovado tren argentino.
Aunque fue parte de su gobierno durante seis años, el Presidente criticó al peronista Carlos Menem, quien había dado de baja el trayecto entre Buenos Aires y Mendoza en 1993 por aquel slogan de “ramal que para, ramal que cierra”. Claro que entonces, el tren tardaba veinte horas en llegar a destino, ocho menos que este tren de campaña electoral. Pasaron treinta años y siempre hay algo que puede estar peor. La Argentina es ese país incomprensible que tantas veces se reconforta en sus retrocesos.
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Según infobae.com