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María Angélica Troncoso
Río de Janeiro, 21 feb. Ellos no pueden disfrutar la majestuosidad completa de un desfile en el sambódromo de Río de Janeiro pero se conforman con lo que ven a distancia y tras bambalinas. Ellos no pueden pagar una entrada al templo de las mejores "escolas" de samba de Brasil.
Los desfiles del Grupo Especial, la más alta categoría de las compañías de samba en el gigante suramericano, son considerados el espectáculo al aire libre más grande del mundo por la creatividad, brillo y color con la que iluminan los más de 700 metros de la pista que se levanta sobre la avenida Marqués de Sapucaí.
Cada año a las 22:00 hora local (01:00 GMT) un estruendoso juego de pirotecnia anuncia el inicio de los desfiles que serán vistos por cerca de 100.000 personas en el sámbodromo.
Afuera de la gigantesca mole de cemento un multitudinario grupo se las ingenia para verlos a distancia aunque eso implique casi diez horas de su tiempo entre el desplazamiento y la espera por el espectáculo.
Se trata de una tribuna improvisada por quienes tienen que escoger entre pagar una de las entradas más baratas y volverse a pie, o hacerse un lugar en los alrededores para poder regresar a casa, aunque sea en un periplo que incluye transporte público y pirata.
Las entradas más baratas para ver a las mejores oscilaban entre los 2,8 y los 173 dólares en la tribuna, pero los costos podían llegar hasta los 1.923 dólares en los camarotes privados donde se presentan renombrados artistas y en los que los asistentes pueden disfrutar de una variada gastronomía, sala de belleza y hasta gimnasio.
JUNTO A FÉTIDAS AGUAS
A la improvisada tribuna la separa el río Maracaná que mas parece un caño de aguas residuales cuyo hedor se intensifica en el verano.
Algunos se sientan al borde y balancean sus pies con las sambas que escuchan a lo lejos. Otros llevan sillas de playa para poder recostar su espalda y aguantar un poco más los maratónicos desfiles que se extienden hasta que sale el sol.
La mayoría, sin embargo, los ve de pie, detrás de los que llegaron temprano para hacerse a un buen lugar.
Rosángela Rangél, una ama de casa de 55 años, es una de las que busca llegar con antelación para tener buena vista. Ella vive en Paciencia, una de las comunidades de Campo Grande, una alejada y enorme barriada en los suburbios de Río.
"Como generalmente yo no consigo comprar una entrada para la tribuna o para un camarote por mi poder adquisitivo, prefiero venir aquí. Con mi hijo traemos o compramos alguna merienda y los vemos desde aquí", dijo a EFE.
Ella demora más o menos dos horas desde su casa hasta el sambódromo, a donde llegó cinco horas antes de que iniciara el espectáculo.
Pese a la travesía -que implica cargar las sillas, bebidas y algo de comida- su hijo Wellington asegura que por el arte que se puede ver en los desfiles "vale la pena todo ese trabajo para venir a verlo".
LLUVIA DE AMBULANTES
Pero si el "lanche" de Rosángela y su hijo los deja con hambre o con sed, una variedad de ambulantes estará a su disposición incluso para un "traguito" diferente a la cerveza, la bebida más consumida durante el carnaval, o algún antojo.
Desde hace 30 años, doña Doroteia va sagradamente al sambódromo con su esposo a los desfiles del Grupo Especial para vender delicias dulces de Brasil como pastel de maíz y "Cuscuz de tapioca", un postre típico de Bahía (nordeste) preparado a base de fécula de yuca y servido con leche condensada y coco rallado.
Con las ventas "sobrevivimos", dice esta mujer de 61 años, que aprovecha para divertirse mientras trabaja.
"Sí, eso es lo bueno de trabajar aquí pese a que no podemos ver bien los desfiles porque están allá adentro, pero desde aquí también aprovechamos, vemos las carrozas. Trabajamos y nos divertimos al tiempo", aseguró a EFE. EFE
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Según infobae.com