Un ecosistema con piernas: cómo los humanos hemos pasado de individuos a convertirnos en “holobiontes”

Un ecosistema con piernas: cómo los humanos hemos pasado de individuos a convertirnos en “holobiontes”

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La naturaleza es poco dada a respetar las categorías cerradas y los dualismos. Tanto que incluso la distinción entre lo individual y lo colectivo parece estar difuminándose en un gris conforme analizamos con detenimiento. Es por eso que el ser humano ha tenido que crear un nuevo cajón en el que introducir eso que está en este limbo: el holobionte. Un cajón que, por cierto, incluye al ser humano.

De muchos, uno. Cuando organismos de distintas especies mantienen una interacción que perdura en el tiempo hablamos de simbiosis. Las relaciones simbióticas pueden variar de múltiples formas. Por ejemplo, en función de si la relación es beneficiosa, indiferente o perjudicial para uno de los organismos (siempre habrá otro que resulte beneficiado), hablaremos de mutualismo, comensalismo o parasitismo respectivamente.

Pero la relación también puede variar en función de lo estrecha que sea. Y esta relación puede llegar a estrecharse mucho. ¿Cuánto puede llegar a estrecharse? Tanto hasta llegar al punto en el que huésped y simbionte coexistan plenamente, cuando el devenir y evolución del uno depende del otro, es decir, cuando forman una misma unidad ecológica. Al conjunto de huésped y simbionte lo denominamos “holobionte”.

Un holobionte es un organismo compuesto generalmente por un huésped y una variedad de especies que cohabitan en él (no necesariamente en su interior sino también sobreél). Huésped y simbiontes forman lo que se denomina una unidad ecológica.

Buena digestión. Los holobiontes pueden encontrarse en distintas formas en la naturaleza, pero quizás el ejemplo más importante se encuentre en el microbioma intestinal de los animales. Los sistemas digestivos suelen ser un punto de encuentro de numerosas bacterias, muchas de ellas imprescindibles en la digestión.

Un ejemplo de esto es el caso de los rumiantes. Para que animales como las vacas puedan digerir la hierba que consumen requieren una enzima que procese la celulosa para poder convertirla en alimento. Esta enzima no la producen las células del estómago (o estómagos) del animal, sino que la producen algunas bacterias que lo habitan.

Entender estos procesos es importante. Algo parecido ocurre con las larvas del Zophobas atratus. Estas larvas saltaron a los medios hace unos años por ser capaces de digerir algunos tipos de plástico. Como las vacas, la producción de la enzima responsable de esta digestión improbable no es producida por la larva en sí misma sino por la Pseudomonas aeruginosa, una bacteria que segrega la enzima en la saliva de la larva.

Un ecosistema andante. El ser humano no es una excepción, es más, somos quizá el mejor ejemplo de lo que un holobionte representa. Las bacterias, hongos e incluso virus que habitan en nuestro interior forman parte indivisible de lo que somos. En nuestro interior habitan más microorganismos que células propias, no en masa total pero sí en número.

Y no estamos hablando solo de procesos vitales como la digestión, nuestra microbiota afecta incluso a nuestro mecanismo de toma de decisiones. Nuestra misma psicología puede verse alterada. Ejemplo de eso son algunas bacterias que han sido relacionadas con la aparición de trastornos del espectro autista.

Nuestros microorganismos están también vinculados con numerosas enfermedades como algunos cánceres o la diabetes. Eso al margen de infecciones causadas por bacterias que suelen estar presentes en nuestro cuerpo sin causarnos molestia.

Más allá de la filosofía. Podría parecer que este cambio de paradigma es filosófico, el paso del individuo al holobionte, pero en realidad las implicaciones abarcan otras áreas desde la medicina hasta la ecología.

Entender estas relaciones tiene importancia tanto para comprender mejor cómo funciona nuestro cuerpo y con ello comprender mejor nuestra salud. La pandemia puso en evidencia que los esfuerzos por mantener a raya los microorganismos que nos perjudican también podían tener su efecto perverso. Aún estamos lejos de poder entender el impacto real de nuestro microbioma en la salud.

Entender los distintos niveles a los que operan las interacciones entre las distintas especies es también importante a la hora de comprender los ecosistemas que nos rodean. Las relaciones simbióticas son imprescindibles para el desarrollo de la vida tal y como la conocemos. Cuanto mejor comprendamos sus interacciones más capaces seremos de protegerla.

Imagen | Tom Fisk

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