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Son muchas las ocasiones en que los dominicanos de la región norte del país, especialmente en las zonas de Santiago, Salcedo, San Francisco de Macorís, Puerto Plata, Villa Vásquez y Monte Cristi, se despiertan sobre saltados por las fuertes sacudidas sísmicas experimentadas por la tierra en horas de la madrugada, aunque igual situación se presenta en Azua, Barahona, Neiba y toda la cuenca del lago Enriquillo.
Y es que el planeta tierra tiene un núcleo interior fundido e incandescente, donde los materiales derretidos por las altísimas temperaturas tienen muy baja densidad y eso les obliga a desplazarse hacia la superficie del planeta, denominada corteza, pero en la medida en que se acercan a la superficie se encuentran con temperaturas inferiores a las del centro de la tierra, y como la primera Ley de la termodinámica establece que el calor fluye del cuerpo más caliente hacia el más frio, hasta que se equilibran, eso enfría la masa ascendente y la hace tener una mayor densidad, es decir, ahora pesa más.
Cuando una masa de roca se enfría tiende a pesar más y vuelve a descender hacia el interior de la tierra, donde se calienta de nuevo, pesa menos, y tiende a volver hacia la superficie, en un interminable proceso repetitivo que se denomina corrientes de convección.
Cuando las corrientes de convección son convergentes, es decir, cuando se encuentran frontalmente, hacen que las masas de rocas superficiales choquen entre sí y formen montañas, cuando las corrientes de convección son divergentes, es decir, cuando se separan lateralmente, hacen que las masas de rocas se alejen entre sí y formen fosas marinas, y cuando una masa de roca penetra de forma inclinada bajo otra masa de roca genera un frente de subducción que levanta subverticalmente la masa supra yacente.
Esta particular dinámica del planeta tierra es responsable de que los continentes se desplacen permanentemente y de que cambien de forma a través del paso del tiempo geológico, es responsable de la creación de las grandes montanas y de muchos valles tectónicos, y es responsable de la emersión de extensos arrecifes coralinos que hoy definen las líneas costeras de muchos territorios insulares como el nuestro. Y a todo esto le llamamos dinámica de las placas tectónicas.
Pero todos los frentes de convergencia, de divergencia, o de subducción de nuestras placas tectónicas, además de modelar la superficie del planeta tierra, acumulan energía elástica, que constantemente es liberada súbitamente en forma de sacudida sísmica, de mayor o de menor intensidad, y esas sacudidas son las que percibimos en forma de terremotos o de temblores de tierra, respectivamente.
La República Dominicana se encuentra en el borde de interacción entre la placa tectónica de Norteamérica, donde se encuentran Cuba, Estados Unidos, Canadá, etc., y la placa tectónica del Caribe, donde se encuentran Jamaica, la Hispaniola, Puerto Rico, las Antillas Menores y el borde norte de Suramérica, y este borde, que constituye un frente de subducción porque la placa de Norteamérica penetra por debajo de la placa del Caribe y la levanta, pasa a unos 10 a 15 kilómetros al norte de Monte Cristi, de Puerto Plata y de Río San Juan.
En la medida en que la placa de Norteamérica penetra por debajo de la placa del Caribe acumula suficiente energía elástica y cada vez que la energía acumulada entre ambas placas tectónicas supera la resistencia del plano de fricción, se produce una fuerte sacudida sísmica caracterizada por la propagación de ondas sísmicas longitudinales de compresión y de ondas sísmicas transversales de cizallamiento, las cuales viajan a través de las masas de rocas y de suelos que encuentran a su paso y son las que estremecen, rompen y derrumban nuestras viviendas.
Mientras más cerca está nuestra vivienda del lugar donde se liberó la energía (hipocentro) mayor es la sacudida sísmica que sentimos, y, mientras más blando es el suelo, mayor es la aceleración espectral que se produce y mayor es el estremecimiento de nuestra vivienda, a lo que sumamos la quietud de las horas de la noche, y la tranquilidad que nos caracteriza al dormir, y es ese el motivo por el cual sentimos más fuertemente los temblores que se producen mientras dormimos en horas de la noche o de la madrugada, que los temblores que se producen durante el día, mientras caminamos o mientras estamos envueltos por el bullicio diurno.
El valle del Cibao, la cordillera Septentrional, la costa Atlántica y la península de Samaná, son nuestras regiones geográficas más cercanas al límite de interacción entre estas dos placas tectónicas, y por tal razón históricamente han sido las regiones más afectadas por las fuertes sacudidas sísmicas que se han producido entre 1562 y el 2003, considerando que Santiago vieja y La Vega vieja fueron destruidas totalmente por terremotos de magnitud superior a 7 grados en la escala de Richter, los cuales podrían repetirse en cualquier momento, más temprano que tarde, en un país que no está preparado para enfrentar las consecuencias de un gran terremoto como el del 4 de agosto de 1946, de magnitud 8.1 grados Richter, el cual, si se repitiese sería devastador.
En los últimos meses, y en las últimas semanas, el país ha estado siendo sacudido por múltiples temblores de tierra de magnitud variable entre 3.0 y 5.0 grados Richter, y no obstante esas alertas tempranas de la naturaleza, nuestras autoridades de socorro se mantienen indiferentes, quizás porque no entienden el lenguaje de la sismicidad, o quizás porque no tienen las herramientas necesarias para hacer frente al desastre generado por un gran terremoto, o quizás porque poco les preocupa lo que podría pasar.
Pero lo cierto es que vivimos en un país de muy alto riesgo sísmico, donde se construye donde quiera y como quiera, donde la Secretaría de Estado de Obras Públicas todavía no ha podido poner en vigencia un nuevo protocolo para el diseño y la construcción de edificaciones sismo resistentes, donde se excava la mejor roca para construir un parqueo soterrado sobre roca pobre, donde se construye el parqueo en el primer piso apoyando el edificio en simples y delgadas columnas sin muros que absorban los esfuerzos cortantes generados por las ondas sísmicas de cizallamiento, exponiendo al edificio a un colapso sísmico por efectos de piso blando.
No hay que ser pronosticador de catástrofes para saber que el día menos esperado la República Dominicana será sacudida por un gran terremoto, y lo lamentable es que ese día nos ha de encontrar desprotegidos y no preparados, sin sangre en los hospitales, sin sueros hidratantes, sin agua potable almacenada, sin antibióticos, sin autoridades y sin nada de nada.
No hay un plan de educación de la población sobre el riesgo sísmico al que estamos expuestos, no se ensena a los niños ni a los adultos como identificar los lugares menos vulnerables de nuestras viviendas, de nuestras escuelas y de nuestros espacios públicos, ningún legislador se empeña en presentar un proyecto de ley para que el riesgo sísmico sea una asignatura escolar de primer orden y nuestros presidentes, todos y sin excepción, son los primeros que ignoran esa realidad sísmica para no tener que invertir en mejorar las vulnerables estructuras de las escuelas, hospitales y edificios públicos.
Que Dios se apiade de todos nosotros.
*Esta historia fue publicada originalmente el 6 de septiembre de 2009.
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Según eldia.com.do